martes, 29 de diciembre de 2009

XIX

Entra al portal y, cómo no... ¿Es que no hace más que salir y entrar en casa? Pero sonríe, y ella también. Porque él es una sonrisa, y calor, compañía y consuelo. Porque es navidad, y no puede enfadarse con él por tener novia... Porque no es justo ser tan egoísta y, aunque la vida no sea justa, no puede dejar de intentarlo.

Así que se acerca a él y se planta delante del ascensor, sin saber qué decir. Entonces él la mira y se ríe.

-Tienes... Tienes algo... Ahí -señala su mejilla.

- ¿Yo? ¿Dónde? ¿Aquí?

De pronto, estalla en carcajadas.

- ¡Inoceeente!

- ¿Qué?

-Que no tienes nada, boba...

Tintintin.

-Anda, entra -se sigue riendo-... Qué cara, madre mía, parecía que te había dicho que tenías una pulga o algo...

-Pero... Pero... ¡Pero el día de los inocentes fue ayer!

-Ya... Pero no te vi.

-Pues vaya porquería de inocentada... ¿No te han hablado de las bombas fétidas, ni nada? -ahora ríe ella también.

-Algo me han contado, pero... Es que soy demasiado bueno. Siempre me lo dicen.

-No hace falta que lo jures... -murmura ella, irónica.

- ¿Qué?

Tintintin.

-Nada, nada... Hasta luego.

-Hasta luego.

Cuando va a cerrar, ella se acuerda de algo. Duda. ¿Se lo pregunta? No quiere saberlo, pero seguro que él esperaba la pregunta...

- ¡Espera, espera, espera! -sujeta la puerta- ¿Qué tal con los suegros?

-Ah... Bueno -se encoge de hombros-. Suegros. Ya sabes.

Sonríe. Sí, ya sabe.

-Más suerte la próxima.

-Si la hay...

Cierra la puerta, y el ascensor se pone en marcha, llevándosela junto a su pregunta. ¿Qué ha querido decir con "Si la hay"?...

jueves, 24 de diciembre de 2009

XVIII

Deja las bolsas en el suelo, resoplando. Menudo momento para mandarla a comprar... Seguro que se ha perdido la entrada triunfal de su primo José, con lo loco que está, cada año hace algo nuevo... Pero nada, había que ir a por hielos y a por el champagne. Menos mal que ya lo tenían encargado, porque si no brindaban con gaseosa...

Tintintin.

Pulsa el nueve con rabia, enfadada. Enfadada con su padre, por olvidarse aquella mañana de comprar hielos y champagne. Enfadada con su madre, por empeñarse en mandarla a ella solo diez minutos antes de que llegue todo el mundo. Enfadada con José, por ser siempre tan puntual. Enfadada por el maldito ascensor, que no puede ir más lento...

Tintintin.

Y enfadada con el séptimo, que parece que no haya otro piso. Maldita sea.

- ¡Hola!

Alegre, como siempre. Pues no le da la gana, está de mal humor.

-Hola.

-Subes, ¿verdad? -señala sonriente las bolsas. Ay, qué gracioso es, se creerá sagaz y todo...

-Sí, subo.

-Pues nada, pásatelo bien... ¡Ah, y feliz navidad!

Pero, justo cuando va a cerrar la puerta, ve la humedad en su frente. Su sonrisa tirante. Su tono, tan exageradamente jovial que resulta falso. Y se rinde.

- ¿Estás bien?

Carraspea, incómodo. Deja que la crisis invada su cara, sonríe con timidez.

- ¿Tanto se me nota? -sonríe, comprensiva, y asiente- Pues no, no estoy del todo bien... Es que hoy ceno en casa de Emma, y voy a conocer a sus padres... Jé... Estoy un poco nervioso.

Sus buenas intenciones navideñas se evaporan como la nieve de hace dos días.

-Pues buena suerte. Perdona, tengo prisa -coge la puerta desde dentro y cierra con rapidez.

Suspira. Será imbécil...

lunes, 21 de diciembre de 2009

XVII

Se sopla las manos, tratando de darse un poco de calor en este día de frío intempestivo. No suele nevar en la ciudad, pero parece que incluso el cielo ha notado que se acerca la Navidad. En ese momento, se abre la puerta y, junto al viento helado, entra él.

- ¡Anda! -se sorprende ella- ¡Cuánto tiempo!

- ¿Verdad? -asiente él- ¿Qué tal todo?

Pero ella no puede contestar, porque suena su movil. Él lo coge, con una curiosa expresión de entre miedo y rabia.

- ¿Emma?... Sí, vale, pues quedamos... No, ahora no, no pue... ¡No!... Mira, lo hemos hablado, no creo que sea... ¡¿Me dejas hablar?!

Tintintin.

Suben ambos al ascensor, y ella pulsa el siete, mirándole, insegura. Él sonríe y asiente, pero inmediatamente vuelve a fruncir el ceño y a hablar con su interlocutora.

- Es que mi opinión también tendrá que contar para algo, ¿no?... No quiero discutir esto contigo así, por teléfono... Pues porque no nos vamos a cabrear por algo tan tonto, ¿no te das cuenta? Si no es, pues no es, y ya está... Claro... Luego te llamo, estoy en el ascensor y casi no te oigo.

Cuelga, se guarda el móvil en el bolsillo y clava la vista en el techo, con un suspiro. Ella, tímida, se pregunta si aún tiene derecho a saber qué pasa. Por fin, murmura:

- ¿Problemas en casa?

- ¿Eh? Ah, no, no... Ese es el problema, que en casa no...

- No entiendo.

- Era mi novia, Emma... Quiere que vivamos juntos, pero...

- A ti no te apetece -asiente, comprensiva.

- Sí, sí que me apetece -la corrige él-, pero en mi casa no cabemos, y... La verdad, no me apetece otro traslado tan pronto.

- Ah... Vaya.

No sabe qué decir. "No te vayas, que venga ella. O que no venga. " "Si tanto discutís por eso, es que es importante para ella. O que no te merece." "No frunzas el ceño así, estás muy raro enfadado..."

Tintintin.

El séptimo, y no ha dicho nada. Él sale sin despedirse del ascensor, y cuando la puerta se cierra y ya escucha sus llaves en la cerradura, ella se traga las palabras amargas.

lunes, 30 de noviembre de 2009

XVI

Cuando llega, dos personas esperan el ascensor. Un escalofrío recorre su cuerpo. Qué asco. Intenta ignorarle, y saluda a Dani.

- ¡Hola!

-Hola -contesta él, sonriendo.

Se miran, cortados por la presencia del vecino. Saben que sobra, que ese ascensor es solo suyo, pero también que no pueden echarle.

- ¿Te dieron la nota de la disertación? -pregunta él, por fin.

-Sí -contesta ella, todavía más feliz-... Saqué un ocho.

- ¡Felicidades!

Tintintin.

Suben los tres al ascensor, y el vecino pulsa el número diez. Ella pulsa el siete y el nueve, y calla, preguntándose si su presencia la protegerá... Pero entonces el vecino habla:

- ¿Pero tú en qué curso estás ya, guapa?

Clava la mirada en el suelo y contesta con un susurro ahogado:

-En primero de Bachillerato...

Y cierra los ojos. Ya lo siente. Sus pupilas recorriendo su cuerpo, sucias, inquisitivas, como garras lujuriosas. No tiene nada especial, no debería seducir la imaginación retorcida de ese tipo, pero lo hace. No sabe por qué no le gusta a ningún chico del instituto, y en cambio un hombre cuarentón, chupado y picado de viruela se la come con los ojos cada vez que coinciden en el ascensor.

Cada piso se hace eterno. No quiere abrir los ojos, no puede. Sabe que, si le mira, sonreirá de esa manera. Comienza a escuchar unos golpecitos rítmicos. Golpes con el pie. Y el movimiento de Dani a su derecha.

Tintintin.

Séptimo piso. "No te vayas. No me dejes sola..." De pronto, nota una mano en el brazo y pega un respingo, sobresaltada.

-Ven -le dice entonces él-, que te enseño lo que te dije el otro día...

Le mira, sin comprender. Él le aprieta el brazo con el ceño fruncido y la arrastra fuera del ascensor. Después, le echa una mirada furibunda al vecino y murmura:

-A ver si no nos vemos mucho por aquí, ¿eh? Venga, hasta luego...

Y cierra la puerta de un golpe. Ella le observa, sorprendida.

-Qué asco de tío -murmura él, todavía con el ceño fruncido-... ¿Estás bien? -ella asiente con la cabeza- ¿Quieres pasar, o prefieres subirte a casa?

-Yo casi que me subo -contesta, todavía sin poder reaccionar.

-Pues te acompaño.

Y se dirigen a la escalera, dispuestos a subir dos pisos en el más absoluto silencio. Cuando ya están delante de su puerta, ella murmura:

-Gracias...

-De nada.

-Te debo una.

-Me la puedes devolver -ella le interroga con la mirada-. ¿Cómo te llamas?

Ella sonríe.

-Miriam.

Él sonríe a su vez, y se marcha escaleras abajo mientras ella desaparece en las entrañas de la casa vacía.

sábado, 21 de noviembre de 2009

XV

Nada más subir al ascensor, abre el grueso y enorme libro, buscando algo; algo muy concreto. No consigue encontrarlo, pero sabe que tiene que estar ahí.

Tintintin.

Séptimo piso. Y, como si no hubiese más casas en ese piso, aparece él.

-Buenos días -saluda-... ¿Qué tal la disertación?

-Bien, bien -contesta ella, distraída-... Ya la he entregado, a ver cuando me la devuelvan la nota...

- ¿Qué estás viendo?

Ella levanta el libro trabajosamente, dejándole ver la portada.

-Arte del siglo XX -lee él-... Ah. ¿Y cuál es tu pintor favorito?

-A ver si lo adivinas -le reta ella, segura de que no lo conseguirá.

Él finje pensarlo unos instantes, seguro de cuál será su respuesta.

-Dalí -ella pone cara de sorpresa, y él ríe-. Y, además, te puedo decir incluso el cuadro que andas buscando: "Muchacha en la ventana".

Ella asiente, muda. ¿Cómo lo ha sabido? Él parece escuchar su inaudible pregunta, y sonríe aún más ampliamente, seguro en su inaccesible torre de infalible intuición.

-Dalí es lo suficientemente perturbador como para que te fascine, pero... "El gran masturbador," por ejemplo, es demasiado agresivo para ti. "Muchacha" es el equilibrio perfecto.

- ¿Y cuál es tu pintor favorito? -pregunta ella, curiosa.

- ¿No lo adivinas? -y echa una intencionada mirada al libro.

Tintintin.

Ella lo ojea mientras caminan hacia la puerta de salida. De pronto, da con la respuesta, triunfante.

-Monet.

Él asiente, sonriente.

-Qué bien me conoces...

-Intuición femenina -contesta ella, contenta de haberle dejado sin palabras, al menos una vez.

Sin dejar de sonreir, sale a la calle y se dirige a la biblioteca a devolver el libro, sin saber que esa torre de intuición que ha conseguido atisbar se está resquebrajando.

sábado, 14 de noviembre de 2009

XIV


Aprieta los libros contra su pecho, y apoya la barbilla en el canto gastado, que tantas manos habrán visitado. Respira hondo. Una vez. Dos veces. Tres veces...

-Hola... ¿qué tal?

Da un respingo, sorprendida. Inmediatamente sonríe, tratando de ser agradable.

-Bueno, así así...

- ¿Y eso?

Tintintin.

Entran en el ascensor y ella suspira, encogiéndose de hombros.

-Tengo que hacer una disertación acerca del amor, y no tengo referencias suficientes, y me tengo que leer todos estos libros, y es para el lunes, y...

Siente que se ahoga. Inspira con fuerza, aunque el aire no llega hasta los pulmones, sino que revolotea en su garganta y vuelve a escapársele. La sangre vuelve a presionar sus sienes al ritmo de cada latido.

-Oye, ¿seguro que estás bien? -pregunta él, preocupado. Alza la mano, como si fuese a tocarla, pero no llega a hacerlo y sus dedos se quedan ahí, en medio de una caricia inacabada.

Ella asiente con la cabeza, sabiendo que está pálida y que su cara refleja el mareo que amenaza con tumbarla. No es el primer ataque de ansiedad que sufre esta semana.

- ¿Quieres que te acompañe a casa?

-No, no, tranquilo... Se me pasa enseguida -sonríe débilmente. Lo ve todo a través de una nube de puntos negros, que intenta eliminar parpadeando frenéticamente.

-Es tu primera disertación para filosofía, ¿a que sí?

Asiente con la cabeza. Ya le han dicho que un seis es una buena nota para la primera vez, pero no puede sacar un seis. No es suficiente. Respira hondo. Una vez. Dos veces. Tres veces...

-Tranquila. Seguro que lo haces genial.

Tintintin.

Séptimo piso. Abre la puerta, sale al descansillo y, justo antes de cerrar, se vuelve a mirarla. Está apoyada en el espejo, con los ojos cerrados. Su pecho sube y baja al ritmo de su respiración, oprimido por los libros que se niega a dejar caer.

-Oye, que si necesitas ayuda... Ya sabes dónde vivo.

Ella asiente, concentrada en respirar. Una vez. Dos veces. Tres veces...

Él sonríe y cierra la puerta.

lunes, 2 de noviembre de 2009

XIII


Las dos entran detrás de ella en el ascensor. La niña, monísima, le sonríe, y ella sonríe de vuelta. Adora a los niños.

-Vamos al séptimo piso -dice la pequeña, con una vocecilla aguda que oculta risa y juegos.

- ¿Ah, sí? -contesta ella, apretando el botón correspondiente- ¿Y eso? ¿Dónde vais? -se inclina, para que sus ojos queden a la misma altura.

-Vamos a ver al tío Dani -contesta la niña, orgullosa.

-¿Al tío D...? -comienza a preguntar. Entonces se le congela la sangre en las venas.

Se incorpora, y mira a la chica que acompaña a la niña. No puede ser más de dos o tres años mayor que ella. Los rizos rubios enmarcan unos ojos tan verdes como los de él, pero infinitamente más cansados. Ella solo sonríe.

- ¡Sí! -exclamá la niña, ajena a la perturbación que causa- Él me puso el nombre -declara, orgullosa- ¿A que sí, mami? ¿Eh?

La joven y ella siguen mirándose a los ojos. La pequeña tira del pantalón de su madre, reclamando una respuesta.

-Sí, corazón -reacciona al fin ella-, él te lo puso.

- ¿Y cómo te llamas? -quiere saber.

-Sofía.

Tintintin.

Séptimo piso.

-Hasta luego -dice ella, con una sonrisa triste-. Ya nos veremos.

Ella solo asiente, muda.

sábado, 24 de octubre de 2009

XII

Busca las llaves mientras su amiga ríe.

- ¿Y qué me dices de Amelie?

Abre la puerta y ambas empiezan a cantar:

- Pequeña sonrisa de Amelieeee,
me tieneees ganadooo...


Ríen aún con más ganas. Llaman al ascensor y callan, pensativas.

-Pero no, esa es bonita, pero...

Entran en el ascensor, que se pone en marcha.

- ¿Sabes cuál me gusta de verdad? Champagne.

Sonríe, y empieza a cantar.

-No sé cómo lo hacías,
estuviste tan finaa...


Se une a su amiga. Es el momento de motivación máxima de la canción, la frase que más les gusta, lo que realmente les apasiona del tema.

- ¡¡FOLLANDO EN LA COCINA!!

Tintintin.

-No me jodas -se da la vuelta. Efectivamente.

-Hola -él sonríe, incómodo- ¿Vais para abajo?

-No -contesta su amiga, en vista de que ella está bloqueada-, lo siento...

-Nada, nada... -va a cerrar la puerta, pero se lo piensa mejor- Por cierto, pasadlo bien en el concierto.

El ascensor arranca de nuevo.

- ¿Estoy pálida? -le pregunta a su amiga, con los ojos desorbitados.

-Si no te conociese creería que te vas a desmayar -confirma ella.

-Madre mía, lo que va a pensar de mí este pobre chico...

- ¡Va, qué más da, tía! ¡¡Que vamos al concierto de Pereza!!

Y entonces se da cuenta. ¿Cómo lo sabía él?

XI


Hay una chica en el portal, esperando delante de la puerta, con una guitarra colgada al hombro. Ella pasa de largo y abre con sus llaves. La chica la sigue. Suben en silencio hasta el ascensor y, una vez dentro, ella pregunta, muy educadamente:

- ¿A qué piso?

La chica se muerde el labio, enrojece ligeramente. Finalmente, contesta:

-Es que no lo sé... ¿Tú sabes en qué piso vive Daniel?

- ¿Daniel?

-Sí, no sé si lo conocerás, se mudó hace poco...

-Ah -asiente-... Ya sé quién me dices. Vive en el séptimo.

Y, resuelta, pulsa el botón del siete. El ascensor se pone en marcha con un traqueteo, y ella observa a la extraña con más atención de la debida.

Es morena, y tiene el pelo muy corto, excepto una trenza fina que nace en su nuca y cae hasta más allá de media espalda. Tiene un pircing en el labio, y una pulserita de cuero negro. La funda de la guitarra está gastada, como sus converse. La chica sonríe con serenidad, suavemente, contenta.

Tintintin.

-Hasta luego -sonríe la chica, y sale del ascensor.

Ella no contesta. Se muerde un labio. Ella no es hippi, ni lleva pircings, ni toca ningún instrumento. Ni siquiera lleva converse, aunque le gusten. Y, por primera vez en su vida, se siente inferior a alguien.

jueves, 15 de octubre de 2009

X

Entra en el ascensor. Mueve la cabeza al ritmo de la música. Por mucho que le avergüence, le encanta esa canción. No puede evitarlo. Y cuando llega al estribillo, poco le falta para ponerse a saltar.

- ¡You get the best of both worlds!
Chillin' out, take it slow
Then you rock out the show...

¡YOU GET THE BEST OF BOTH WORLDS!


Tintintin.

Se le congela la sangre en las venas. Se quita los auriculares, y se vuelve lentamente.

Séptimo piso. Cómo no.

- Eh... Hola -sonríe él, desconcertado.

- Hola -contesta, con un hilo de voz.

- Esto... ¿bajas?

Asiente con la cabeza. Se guarda los auriculares en el bolsillo y observa con sumo interés la puntera de sus botas. Nunca le habían parecido tan interesantes. Fíjate, hasta tienen una manchita justo donde estaría su dedo índice del pie izquierdo...

Tintintin.

Salen a la calle en silencio. Sus mejillas están arreboladas, y no precisamente por culpa del viento que silba en las esquinas. Él sale primero, porque ella se para a revisar el correo, pero la espera sosteniendo la puerta.

- Oye... Te juro que no iba a preguntártelo, pero es que no puedo... ¿¡Hanna Montana!?

Ahora mismo sabe que tiene el aspecto de un tomate maduro. Es curioso que el deseo no valga para que la tierra se abra y la trague.

- Es por una amiga, porque ella es bilingüe y vive medio año en Londres y medio aquí, y...

Él alza una ceja. Ella sonríe débilmente. No es que esté mintiendo, esa amiga existe, pero ni siquiera ella le haría cantar You get the best of both worlds a todo volumen en el ascensor...

- ¡Me encanta, joder! No me mires así, ¿vale?

Y, muy digna, le empuja y se dirige a su destino, con la cabeza muy alta y las mejillas muy rojas.

lunes, 12 de octubre de 2009

IX


Sacas las llaves y abres el portal.

- No sé qué habrá de comer -explicas-, porque últimamente a mi madre se le pira mucho...

- Qué mas da lo que haya de comer -replica tu amiga-. Explícame otra vez lo de...

- ¡Ni le nombres! -la interrumpes.

- Vale, no quieres hablar de él y no me extraña, porque es un imbécil...

- Es un gilipollas.

Pulsas el botón de llamada del ascensor con un poco más de energía de la necesaria.

- Y un cabrón -asiente tu amiga-, pero ¿qué me dices de tu vecino?

- ¡Chs! Calla, so cantosa -la empujas dentro del ascensor, alarmada.

- Pero, ¿en qúe piso vive? ¿de qué color tiene los ojos? ¿cuándo se mudó? ¿vive con alguien?

- En el séptimo. No lo sé. Hace un mes, creo, y... No lo sé.

- Buah -suspira tu amiga, decepcionada.

Tintintin.

Séptimo piso.

- ¿Qué piso has dicho? -chilla ella, súbitamente emocionada.

- Calla -espetas tú. ¿Y si es él...?

Se abre la puerta. Tu amiga te coge del brazo. Ay, Dios mío...

- Buenos días, chatas -clin clin clin... Eso era tu ilusión rebotando por el suelo. Madre mía...

- Buenos días -sonríes. Sé educada.

- ¿Vais para abajo?

- No, lo siento -sonríes aún más. ¿Por qué al decir que no hay que sonreír más para ser educado?

- Bueno, guapas, pues ya esperaré a otro.

Sonriendo casi más que tú -aunque detrás del bigote no se note-, el hombre cierra la puerta. Con vosotras sólo queda un cierto tufo a puro y la tensión no resuelta del emocionante encuentro.

El ascensor arranca de nuevo, hacia tu piso.

- ¿Y ese era el famoso vecino?

Miras a tu amiga. Rompéis a reír.

- Ay, madre mía...

lunes, 5 de octubre de 2009

VIII


Esta vez no llega ni al ascensor. Con un suspiro, se sienta en el escalón del portal y hunde la cara entre las manos.

Entonces las lágrimas salen a borbotones, sin barreras, vaciándola por dentro, llevándose todas sus sonrisas. Los sollozos le parten el alma, destrozando lo poco que él ha dejado entero.

Así la encuentra él. Podrían haber pasado horas, o apenas unos segundos. Sólo sabe que cuando levanta la cabeza y le ve, no está preparada. No quiere contar lo que ha pasado, no quiere que nadie sepa que su mundo ha quedado reducido a añicos. Aún así, él lo sabe.

- ¿Pasas? -señala al interior, sosteniendo la puerta.

Ella niega con la cabeza. No quiere ver a nadie. Sólo quiere morirse poco a poco, fundirse con la nada para dejar atrás la pena.

- Pues entonces... -se quita la cazadora y se la echa por los hombros. Luego se sienta a su lado- ¿Te apetece hablar?

Vuelve a negar. Si pronuncia una sola palabra ahora, está segura de que no volverá a hablar nunca.

- ¿Qué tal un abrazo?

Quiere decirle que no también, pero su cuerpo se rebela y se refugia entre sus brazos. Ya no llora, sólo se deja acunar por su presencia.

- O sea que es un gilipollas de los grandes... -comenta él, fingiendo indiferencia.

Ella ríe, con una risa que es a medias sollozo, y asiente.

- Se te pasará, tranquila.

Y se quedan así un rato, en silencio. Ella agradece que no le haya dicho que no la merece. Él simplemente la abraza.

VII


Nada más entrar en el ascensor, se pone en marcha. Fuera la falda larga, y aparece la minifalda que lleva debajo. Guarda la prenda que se ha quitado a toda prisa en la mochila, y saca esa camiseta que su madre odia.

Tintintin.

Él entra. Ella decide ignorarle: no hay tiempo. Se quita la sudadera y se pone, encima de una camiseta de tirantes, la que acaba de sacar de la mochila. Se la ajusta hasta que un hombro queda al aire. Entonces, saca los tacones, que sustituyen las deportivas.

La está mirando. Sabe que lo hace, pero no quiere pararse a sentirse juzgada. Hoy, no.

Saca un pequeño estuche de la mochila y se vuelve hacia el espejo, para repasarse los ojos de negro intenso.

Tintintin.

Justo a tiempo. Sale del ascensor, resuelta. Deja la mochila en el cuarto de las bicis, ya la recogerá luego. Él abre la puerta y le cede el paso.

- Sigue siendo un gilipollas -necesita aclarar-. Pero me ha llamado y...

No quiere terminar la frase. No quiere decir en voz alta lo que espera de esa cita. Su parte más irracional grita que puede darle mala suerte.

- Ah -asiente él. Levanta una ceja - En ese caso...

- ¿Qué? -le invita a continuar, desafiante.

- Buena suerte.

Sonríe. Sabe que no iba a decir eso, sabe que no aprueba lo que ha hecho, sabe que piensa que es una imbécil. Pero no se lo ha dicho.

Con paso firme, se dirige al parque. A su parque. Al de los dos.

sábado, 26 de septiembre de 2009

VI


Aprieta el botón varias veces. Nada, que no baja...

Tintintin.

Por fin. Se abalanza sobre la puerta, y tira con fuerza. Del otro lado del metal, una fuerza igual empuja. Entre los dos, casi la sacan de sus goznes.

- ¡Eh! Buenos días -parpadea él, sorprendido.

Ella intenta sonreír. Con su alegría fingida se le escapa la primera lágrima. Maldita sea.

- ¿Estás...? ¿Estás bien?

Aprieta los labios. Asiente con fuerza. Un sollozo se le escapa, directamente desde el pecho, y rompe la barrera de los dientes. Las lágrimas ya son imparables.

- Ey, ey, ey... Ven aquí, vamos.

Y la abraza, sin preguntar nada más. Ella moja su camisa. Se fija en el tejido que enjuga sus lágrimas. Es de cuadros azules. Sonríe, sólo un poco. Enseguida vuelve a llorar.

- Es un gilipollas... -susurra al fin, cuando se siente un poco más dueña de sí misma.

Él asiente. La suelta. Ella se limpia la humedad de las mejillas de un digno manotazo.

- Buenos días -saluda de vuelta, como si no hubiese pasado nada.

Entra en el ascensor. A punto de cerrarse la puerta, susurra un tenue "Gracias". No sabe si lo ha oído, pero seguro que ha podido sentirlo.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

V


Entran en el portal. La persona a la que menos querría ver ahora espera el ascensor.

- Buenos días -sonríe él.

- Buenos días -contesta su madre. No, por favor... - ¿Cuánto hace que te has mudado? No me suena haberte visto mucho por aquí, ¿qué pasa? ¿Viajas mucho, no te pasas demasiado por casa...?

Pone los ojos en blanco. Su madre es incluso más pesada que la vecina que huele a vainilla.

Él sonríe, y contesta amablemente. Ella se muere de vergüenza.

Tintintin.

El silencio se adueña del ascensor. ¿Y cómo hablan ahora de música, con su madre al lado?

El encuentra un método. Comienza a tararear suavemente.

¿Qué tiene tu veneno,
que me quita la vida sólo con un beso
y me lleva a la luna
y me ofrece la droga que todo lo cura?...


Ella sonríe. Su madre la mira, desconcertada. Es su turno. Carraspea, y elige su canción favorita.

There's no need to complicate,
our time is short, this is our fate,
I'm yours...


Tintintin.

Séptimo piso. Sonrisa radiante. Ella sonríe también. Su madre taconea, nerviosa.

- Ya nos veremos.

- Hasta luego, guapo, eso espero -salta su madre, con una sonrisa más falsa que las monedas de tres euros.

La puerta del ascensor se cierran y vuelven a ponerse en marcha.

- Hija... -comenta su madre, insegura.

- Mamá, si es que no lo ibas a entender.

Sonríe aún más. Le gusta Fito.

viernes, 18 de septiembre de 2009

IV


Antes de entrar en el ascensor, enciende el i-pod. Busca la canción que quiere, la que lleva eligiendo toda la semana, y se lanza a la aventura.

Tintintin.

Séptimo piso. Contiene el aliento. Es él.

- Buenos días...

Ella saluda con la cabeza y comienza a llevar el ritmo con el pie. Él la mira, curioso.

- ¿Qué escuchas?

Ella sonríe. Le ha atrapado.

- Poesía.

Y, con gesto teatral, desconecta los auriculares. La voz de Serrat invade la cabina.

Caminante son tus huellas
el camino, y nada más.
Caminante no hay camino,
se hace camino al andar...

Los ojos de él se abren como platos.

- ¿Cómo lo sabías?

- ¿El qué?

- Es mi canción favorita.

Le mira a los ojos, y sabe que es cierto.

Tintintin.

La puerta del ascensor se abre. Una vecina les observa, extrañada. Ella despierta, y para la música, azorada. Ambos dejan entrar a la mujer antes de salir.

Ella baja las pocas escaleras que la separan de la calle casi volando. Sale a la calle con prisa, sin saber si es porque llega tarde o porque quiere huír de su sorpresa.

- ¡Eh! -la llama él desde el portal.

- ¿Sí?

- Te toca elegir tema para el siguiente día.

Finge pensarlo. Hace días que lo sabe, hace días que espera esa pregunta.

- Música.

Y, sin más, se aleja. Esta vez es ella quien le deja con la palabra en la boca, y le gusta esa sensación.






PD: Dedicado a Yl, que es su cumple hoy y que ha osado molestarme (xD) para decirle que le gustan mis relatos... Muchas gracias!! T_T

viernes, 11 de septiembre de 2009

III


Mientras espera el ascensor, sofocada, saca un pequeño abanico verde del bolso. Se da aire, enérgicamente, pero no sirve para nada. El calor ha vuelto a la ciudad con más fuerza que nunca.

Tintintin.

Se sube en el pequeño cubículo, sintiendo que se ahoga. A punto de cerrar la puerta, escucha una voz desde la calle.

- ¡¡Espera, espera, espera!!

Espera. Y él se sube en el ascensor, tan acalorado como ella.

- Al séptimo, ¿no?

- Sí, gracias...

- Qué calor, ¿verdad?

Él la mira, estupefacto. Después, se echa a reír.

- ¿Me estás hablando del tiempo?

Se encoge de hombros. Es lo único en lo que puede pensar en este momento.

- Sí, ¿y?

- No, no, nada... -sacude la cabeza. Se ríe más- Es que no pareces una de esas...

- ¿Una de esas?

- Que hablan del tiempo en el ascensor...

Sonríe. Es que no lo es.

Tintintin.

Séptimo piso. Él coge su skate, que había apoyado en el suelo, y sonríe de vuelta.

- Hasta luego...

- ¡Eh! -exclama, cuando él está a punto de cerrar la puerta.

- ¿Qué?

- ¿De qué quieres que hablemos la próxima vez?

- De poesía -contesta él, riéndose.

Ella asiente.

Así que poesía...

martes, 8 de septiembre de 2009

II


Cuando el ascensor para en el sexto, ya sabe qué aroma va a flotar hasta su nariz: vainilla. Dulce, muy dulce. Pegajoso. Se introduce debajo de su piel, se cuela en sus rizos, se adhiere a su paladar como un postre demasiado empalagoso. No se podrá despegar de ese maldito olor en toda la tarde.

Y después de su olor, llega ella. No puede tener más de treinta años, pero es la típica vecina cotilla que le pellizca la mejilla y comenta "Qué alta estás", aunque se hayan visto el día anterior...

- Hola, guapa -dice nada más entrar, llenando el pequeño espacio con el tintineo de sus enormes pendientes y dándole un golpe con el bolso, quiere creer que sin querer.

- Buenos días -contesta ella, maldiciendo su buena educación.

- ¡Uy, pero qué alta estás! -por supuesto, no podía faltar- ¿Cuántos años tienes ya?

- Dieciséis -contesta, pensando que el ascensor nunca va lo suficientemente rápido.

- Madre mía, madre mía, cómo pasa el tiempo -exclama ella.

Las puertas se abren. Suspira; por fin. La vecina sale, agitando sus rizos rubios.

Ella se queda unos momentos más en el ascensor, reuniendo fuerzas. No sabe si será capaz de soportar el día. No sabe si, después de aquella muestra de cruda realidad, podrá afrontar el resto.

lunes, 7 de septiembre de 2009

I


- ¿A qué piso vas?

- Al séptimo.

Le echa un vistazo mientras pulsa el botón. Pelo negro, ojos verdes, una camiseta de Los Ramones... Nada especial. Pero su instinto le indica que que es especial.

Silencio durante tres pisos. De pronto, se da cuenta de lo que le llama la atención en él.

- ¿Eres nuevo por aquí?

- Sí -contesta simplemente.

Ella asiente. Le gusta que responda así, directo y claro. No ha dicho más que lo que le ha pedido, y ella lo agradece, porque no le gusta saber más cosas de la gente que las que quiere saber.

Llegan al séptimo piso. Las puertas se abren mientras las llaves de él tintinean.

- Ya nos veremos -saluda él, y abandona el ascensor con una media sonrisa.

- Puedes jurarlo... -murmura ella cuando la puerta se cierra.