martes, 29 de junio de 2010

XLIII

Entra en el ascensor, y lamenta no saber rezar. Va a necesitar más dioses a su favor si quiere entrar en casa hoy.

-Suerte, chicas.

-Yo ya tengo, gracias.

-No seas borde, Ro. Gracias, Dani, yo la voy a necesitar...

Suben. Se miran. Qué cagada.

-Oye... Yo no estuve despierta toda la noche... Y cuando me desperté estabas ahí, en el sofá, pero...

- ¿Eres tonta?

-No. Tengo que preguntar.

Tintintin.

Salen del ascensor. La mira de reojo.

-Pues no, no pasó nada. ¿Qué pretendías, que me metiese en su cama desnuda?

- ¿¡Miriam!?

- ¡Papá!

- ¿Dónde dormiste anoche? ¿Por qué subes a estas horas?

-No es lo que parece, papá.

-Venga, guapa, americanadas luego. ¿Dónde has dormido?

-En casa de Ro.

- ¿Y por qué viene ahora contigo? ¿Dónde habéis dormido, Miriam?

Se miran. ¿Cómo salvan esto?

-Vengo a hacer de testigo, Tomás. Que sabía que no la ibas a creer si llegaba sola de empalmada.

-Ya... Entra en casa, jovencita. Tenemos que hablar.

- ¿Puede venir Rocío?

-No.

-Vale, da igual, me bajo a casa, luego hablamos.

La mira, desconcertada. ¿A qué casa va a bajar? ¿Dará su brazo a torcer por una vez en la vida y pedirá perdón a sus padres? Ella le guiña un ojo y levanta siete dedos. Claro. Qué morro tiene cuando quiere. Le da la espalda y, con un suspiro, se dirige al matadero.

Debería aprender a rezar.

domingo, 27 de junio de 2010

XLII


Entra en el ascensor y se pone la cazadora, tapando la camiseta de tirantes, y se quita los zapatos, para no hacer ruido arriba.

Tintintin.

Pelo despeinado, pijama bajo la enorme sudadera, ojos hinchados, lágrimas en las mejillas y cara de frustración. Un sollozo atravesado en la garganta.

- ¡Miriam! Miriam, tía, acógeme. Mis padres me han vuelto a echar.

-Claro, como quieras... A lo mejor acabamos las dos en la calle. Se suponía que volvía para cenar.

-Te estás despendolando, ¿eh?... En fin, en la calle, pero juntas.

-Siempre.

Y siguen subiendo, rezando a la suerte.

Tintintin.

-Qué bien, reunión de madrugada, todos juntitos... Qué suerte tenemos, Miriam.

-Eh... ¿Subís o bajáis?

-Voy en pijama, listo, ¿tú qué crees?

-Vale, perdón... Yo iba a sacar la basura, pero casi que me quedo a ver el desenlace.

- ¿Qué desenlace?

-Si tu padre os echa por volver a estas horas, Miriam... A mí me sobra una habitación.

-Vale, venga, guapo, hasta luego.

Le cierra la puerta en las narices.

Tintintin.

Saca las llaves frente a la puerta. Susurra una oración. Se muerde el labio. La mira con súplica en los ojos.

-Venga ya... No. No voy a dormir en su casa. No. No. No. Me niego. Inténtalo por lo menos, Miriam, tía, por favor...

Y lo intenta. Todo sea por una amiga. Pero la llave no entra.

-Han dejado puesta la llave. Hoy no entro en esta casa, y tú tampoco.

-Mierda.

lunes, 21 de junio de 2010

XLI


Entra en el portal todavía mirando el mensaje, como si no se lo creyese. Como si, por apartar un segundo la vista de la pantalla, pudiese desvanecerse. Pero deja de mirar al oír una voz.

- ¡Eh! ¡Despierta! -ríe, y la invita a entrar en el ascensor con un gesto- ¿Subes?

Asiente, y mientras entra en el ascensor se ilumina con una sonrisa espontánea, que salta desnuda a su rostro y juega con sus labios. Y él lo nota, y no puede hacer menos que preguntar.

- ¿Qué tienes ahí?

Le mira a los ojos, incapaz de hablar. Pero habla.

-Las notas de Selectividad, me las acaba de mandar una amiga...

Silencio.

-Bueno, ¿y? ¿Qué tal?

Silencio.

- ¡¡HE APROBADO!! ¡He aprobado, he aprobado, he aprobado! ¡Me da la nota, he aprobado, Dios mío!

Y salta, aunque sabe que se descolgará el ascensor. Y no puede evitar echarle los brazos al cuello y apretar, y pegar sus cuerpos. Aunque sabe que dolerá después, ahora no importa. Porque tiene el futuro abierto delante de sus ojos. En la pequeña pantalla de su móvil.

Tintintin.

Él, riendo, la coge de la cintura, abre la puerta y sale dándole una vuelta en el aire, que ella no espera pero agradece. Las carcajadas de ambos rompen el silencio del descansillo, y el resonar les baja a la tierra.

-Esto... Bueno, pues felicidades, pre-universitaria.

Le da los dos besos de rigor y ella, ruborizada, se recoge el pelo detrás de las orejas.

-Sí, eh... Gracias. Je. Eh... Bueno, me subo y tal...

Y se sube en el ascensor, y grita una vez más, pero esta vez en silencio. Comienza el verano.

jueves, 17 de junio de 2010

XL


Entra en el portal con la última clase de inglés todavía fresca en los oídos. Es oficialmente libre de todas las obligaciones, grandes y pequeñas, del curso. Y ante ella se extienden dos meses de libertad. Para pasearse la ciudad. Para ahogarse de calor, o de lluvia. Para aprender a tocar la guitarra de Ro. O mejor la flauta...

Pero se le cae el mundo encima cuando ve quién sujeta la puerta del ascensor.

Y los siete pisos pesan como losas que caen, en silencio, sobre ambos.

Tintintin.

Él sale. Ella se pregunta si no piensa despedirse. Él suspira y, de espaldas, susurra:

-Vosotras, las familiares,
inevitables golosas;
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas....

Ella parpadea, confusa. Él baja la cabeza y, aunque no la ve, ella intuye la sombra de una sonrisa:

-A ti te gusta Machado, ¿verdad?

-Sí. ¿Por qué?

- ¿Sabes...? ¿Sabes cuando algo es fundamental en tu vida, pero no lo sabes? ¿Cuando estás tan acostumbrado a que esté ahí, que ni siquiera piensas que pueda no estar? -asiente- ¿Eso de no saber lo que tienes hasta que lo pierdes?... Machado lo sabía. Le dedicó una poesía a las moscas. Que no son nada para tanta gente, que son pequeñitas y no saben que están por todas partes. Que son importantes siempre, porque siempre están ahí, aunque los humanos, tan soberbios, no las vean.

-No sé qué quieres decir...

Sí lo sabe. Pero quiere que lo diga, y se deje de poesía.

-Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada...
Las cosas pequeñas que no saben que son importantes son las que más me gustan, ¿sabes?

Y cierra la puerta tras de sí, dejando que las palabras le corten la respiración y la llenen de dudas. Grandes y pequeñas. Pero todas importantes.

domingo, 13 de junio de 2010

XXXIX


Por fin, tras días de lluvias, ha salido el sol. Y tiene que salir a saludar al buen tiempo, aunque sea tímido y parezca un nuevo comienzo del verano. Porque cree firmemente en recuperar el tiempo perdido.

Tintintin.

Quinto piso. Hacía mucho que no paraba en el quinto.

Cuando ella monta y saluda con su voz suave, no puede evitar fijarse en lo que lleva en las manos. Un ramo de margaritas amarillas y una botella de cerveza sin abrir. La intuición comienza a zumbar en su nuca. ¿De qué le suena...?

Tintintin.

Cuarto piso.

Nada más entrar, Ro mira a Ana y abre mucho los ojos. Se miran. Ya lo han identificado.

-Calla. No digas nada.

Y ella se encoje de hombros y no habla. Miriam sonríe y le pregunta:

- ¿Vas a saludar al sol, Ana? Hace mucho que no salía...

-No, qué va. Aunque no venga, hablamos todos los días.

-Entonces, ¿dónde...?

Tintintin.

Ana sale. Miriam y Ro se quedan dentro del ascensor, sorprendidas. Alcanzan a escucharla mientras canta, camino a la calle.

-Sueña con su melena y viene el viento y se la lleva, y desde entonces su cabeza sólo quiere alzar el vuelo, y bebe rubia la cerveza pa' acordarse de su pelo...

-Qué fuerte -susurra Ro-. Es una canción andante.

Y en sus ojos se lee envidia por la locura. Porque la música que corre por las venas de ambas sí que se ve en la piel de Ana.

jueves, 10 de junio de 2010

XXXVIII


Ding Dong.

Abre la puerta, y el descansillo apesta a culpabilidad.

- ¿Qué has hecho?

- ¡Lo siento!

-Joder, Ro... ¿Qué has hecho ahora?

-Es que te he estado viendo todo este tiempo... Y le vi... Y, no sé, no debería haberle dicho nada, ¿vale? Ya lo sé. Pero...

-No me lo puedo creer. Te superas a ti misma.

- ¿Te has enfadado mucho?

Silencio. ¿Verdad o mentira? ¿Lo que se merece, o lo que siente?

Y como siempre, gana la sinceridad.

-No. Da igual. Mejor que lo sepa, ya que le he perdonado...

-Como una imbécil -completa ella. La conoce. Sabe qué palabras se le han enganchado a los dientes para no resonar en el silencio. Y se las tira a la cara.

-Sí. Pero qué más da, ni que tuviese derecho a reclamar nada...

- ¿Sabes que la del quinto be se mudó hace mes y medio? -Silencio. ¿Qué tiene que ver?- No te habías enterado. Te ha dado igual... A lo mejor sí que tenías derecho a reclamarle algo.

Se encoje de hombros. Planta indiferencia al dolor, al abandono, al desconcierto, a la rabia, a la misma indiferencia. Ro sonríe, de lado.

- ¿Sabes lo que te hace falta ahora? -y comienza a cantar- Salir, beber, el rollo de siempre...

-Pero si es jueves.

- ¡Pues jueves universitario, mujer! -pesca las llaves del gancho de al lado de la puerta, la atrapa por los hombros y la saca de casa- ¿No te gustaban mayores? Vale, vale, vale, perdón, chiste malo y cruel... Pero vámonos por ahí.

Y asiente. Desiste. ¿Qué va a hacer, si ya está en el ascensor?.

lunes, 7 de junio de 2010

XXXVII


Sale de casa con una pila de discos en la mano. Quiere enseñarle lo último que ha comprado a Miriam, a ver si se le quita esa cara de ajo que no consigue esconder desde que se fue el capullito de alelí.

Tintintin.

El ascensor no está tan vacío como ella pensaba. Viene del séptimo, cómo no. Parece que no hay otro piso en el maldito edificio.

-Hola -saluda él, sonriente, amable. Qué agradable es todo. Claro, él no sabe lo que dejó atrás hace un mes.

-Dani, ¿verdad? -asiente- Yo soy Rocío, encantada.

-Lo mismo digo... ¿Bajas?

-No, de hecho iba a ver a Miriam. Últimamente ha estado un poco desanimada, ¿sabes? -él parpadea, confuso. No la ha visto venir, como todo el mundo- Sí, es que se ha estado sintiendo un poco abandonada, no sé por qué... Voy a serte sincera. Ella y tú tenéis algo, algo raro, bastante bonito por lo que me ha contado. Y me ha contado bastante, qué quieres que te diga. No tiene derecho a reprocharte nada, o eso cree ella, pero a mí me parece que sí tiene derecho a, por lo menos, no hablarte en otro mes.

-No sé de qué me estás hablando...

-Mira, Dani, sé que no soy nadie para meterme en esta cosa extraña que hay entre vosotros dos. Pero he visto pocas maneras más eficaces de destrozar a alguien que lo que tú has hecho. Así que piénsatelo.

- ¿Pensar el qué?

-Ya sé que dicen que el amor no tiene edad, pero tú sí que la tienes. Puede que Miriam no se esté dando cuenta, pero tú y yo sabemos que estás jugando. Así que deja de marearla, decídete, y lánzate. O no, pero deja de hacer daño.

Y, sin dar lugar a réplica, cierra la puerta. No tiene derecho a ser paladín ni defensora de su amiga, pero lo ha hecho.

Y a lo hecho, pecho.

domingo, 6 de junio de 2010

XXXVI


Sale de casa. Escaleras. Ascensor. Escaleras. Mira la hora. Si todo sigue igual que antes, él debería salir ahora... Ascensor.

Tintintin.

Séptimo piso.

Un vuelco en el estómago, una sacudida del corazón, que intenta saltarse el momento en el que empieza a doler demasiado.

Y sus ojos verdes, su pelo negro, su camiseta de los Ramones. Como si no hubiese pasado el tiempo. Y una sonrisa tímida, que se asusta de hacer daño y de ser herida.

-Has vuelto.

-Sí.

-¿Para quedarte?

-Eso espero.

Silencio. Demasiadas cosas sin decir, que hacen que la distancia parezca insuperable.

- ¿Bajas?

-En realidad subía. Al noveno. Pero ya no hace falta.

Hace amago de cerrar la puerta. Duda. Vuelve a abrirla. Ella contiene el aliento y espera.

- ¿Dónde ibas?

-Al instituto. A ver las notas.

- ¿Te importa si...?

Ella sólo sonríe, y él se monta en el ascensor. Uno, dos, tres pisos de silencio. Ella suspira, porque sabe que, donde no hay palabras, hay miedo. Y se lanza.

-Ponme al día de lo que me he perdido.

jueves, 3 de junio de 2010

XXXV


Ding Dong.

-Ha vuelto.

- ¿Quién ha vuelto?

- ¿Quién va a ser? Tu chico.

- ¿Quién?

-Tu pive, tu maromo, tu churri, tu chaval, ese hombre que te mira y te desnuda... Tu principito, Miriam. El del séptimo.

-Dani.

-Ése. Y viene para quedarse, le he visto con la maleta. ¿Quieres que bajemos a saludar?

El suelo se mueve un poco bajo sus pies, y cree -o quiere creer- que siente las mismas ganas de verle, cosquilleando en la boca del estómago, en la punta de los dedos, en las comisuras de los labios. Pero ha pasado más de un mes sin príncipes ni villanos, sin hormigas en los dedos, sin oir guitarras por el patio, sin subir en ascensor. Pateándose las escaleras, siempre con una parada en el cuarto. Y luego directamente a casa, sin parar en el séptimo, a ver si alguien ha alquilado su piso. Porque nunca le ha ido el masoquismo.

-No, mejor no.

Se miran. Se entienden. Un mes de conversaciones y música da para mucho, ambas lo saben.

-Tengo un disco nuevo -se lo enseña. "Gorillaz". Como siempre, no lo ha ido nombrar en su vida.

-Pasa.