domingo, 3 de enero de 2010

XX

Justo cuando va a entrar en el ascensor, escucha unas llaves que se caen fuera y una exclamación. "¡Mierda! Joder... ¡Mierda!". Reconocería esa voz en cualquier parte, aunque no la había escuchado nunca tan malhumorada. Acude en su ayuda y le ve, plantado en la puerta, apenas unos vaqueros desgastados tras un montón de cajas. Abre rápidamente y atrapa las de arriba, las más precarias.

- ¡Por Dios! -exclama él-... Ah, eres tú... Muchas gracias.

-Nada, nada. ¿Y todo esto? -pregunta, mientras le sostiene la puerta y recoge las llaves del suelo.

-Pues ya ves, que tengo muchísimos primos.

Entran en el ascensor y ella pulsa el siete y el nueve, mientras él sujeta las cajas entre la pierna y la pared, apoyándose con cara de cansancio en el espejo.

-Madre mía, qué poquito queda para reyes, ¿eh? Qué horror...

-Te pilla el toro, ¿no?

-Es que lo dejo todo para el último día -se excusa él con una sonrisa débil-. ¿Y tú qué te has pedido para reyes?

-Una guitarra -contesta ella impulsivamente.

-Ah, ¿pero tocas?

-Bueno, no, quiero aprender.

-Pues en estas fechas ya no sé si te van a coger en algún sitio... ¿O vas a ir en plan autodidacta?

-No, yo de eso no gasto... Con profesor, mejor.

Tintintin.

-Buena suerte, entonces. A ver si te lo traen...

Ella solo sonríe, y le tiende las cajas, que él atrapa como buenamente puede. Cuando las ha estabilizado, se da cuenta del día en que vive y él exclama:

- ¡Feliz año, por cierto!

Ella se adelanta, él aparta las cajas, pero se detienen, atrapados por la timidez, y no se dan los dos besos de rigor.

-Igualmente -sonríe ella, se aparta el pelo de la cara y se sonroja.

-Hasta luego.

Y, sin más, cierra la puerta.