09.09.2010
–Hola.
–Hola.
Silencio.
– ¿Qué calor, eh?
–Ya ves…
Un mes. Treinta días. Setecientas veinte horas. Cuarenta y tres mil doscientos minutos. Una eternidad. Nunca se le habían hecho tan largas las vacaciones.
Ahora ha vuelto. Y sigue tan callado… Aunque quién es ella para hablar de silencio, piensa.
Cinco, seis, siete pisos… El suyo. Él sonríe y recoge la pequeña maleta del suelo del ascensor.
–Te he echado de menos…
Sale sin despedirse. Pumpum. Pumpum. Su corazón ha enloquecido.
Le echaría la culpa al calor, pero demasiado bien sabe que los treinta y cuatro grados de fuera no tienen la culpa de que haya contado incluso los minutos que ha tardado volver. Que el sol abrasador no es el causante de esa maldita añoranza que la ha corroído cada noche de este verano interminable.
Mientras las puertas del ascensor se abren en su piso, piensa que algún día debería darse una vuelta por el séptimo. “Yo también te he echado de menos”, para empezar. Una sonrisa, y a lo mejor esas dos palabras que se muere por decirle. No necesitaría más.
Pero no va a hacerlo. Se conoce.
Suspira. Fin del verano. Volver a empezar... Otra vez.