Llegan a la vez a la puerta, pero él ya tiene las llaves en la mano. Abre y le cede el paso con gesto de la mano. Ella sostiene la puerta del ascensor y espera a que él compruebe el buzón. Al subir, él pulsa el nueve y ella el siete, en una danza silenciosa perfectamente coreografiada. Un, dos, tres pisos de amistoso silencio. De pronto, un zumbido rompe la calma.
- ¿Sí?... ¿Que se me oye cómo?... Ah, ya, es que estoy en el ascensor... Vale, te llamo cuando llegue arriba... Un beso... Yo también te quiero.
Tintintin.
Séptimo piso. Ella cuelga y se sonroja. Él la mira e, involuntariamente, levanta una ceja irónica. Aun así, se ríe suavemente y pregunta:
-Entonces llamó, ¿no?
Ella niega con la cabeza.
-Le llamé yo.
-Hiciste bien.
Sale, se cierra la puerta, el ascensor se pone en marcha. Tarde ya para reaccionar, ella suspira y se pregunta:
- ¿Tú crees?