martes, 16 de marzo de 2010

XXVII


Mucho habían durado. Mira al suelo, incapaz de enfrentarse a sus ojos. Siente sus dedos, caminando ligeros por su brazo desnudo.

-Eh. No llores, ¿vale?

Asiente con la cabeza. No está llorando. Querría hacerlo, pero no puede. No ahora, no en ese lugar. No con él, ni por él.

-Ojalá hubiese durado más -asiente otra vez-, pero no se puede tener todo... ¿no?

-No, no se puede. Y esto es culpa mía, Dam, no te creas que no lo sé.

-Da igual de quién sea la culpa. La cosa es que lo dejamos. Los dos, y ya está.

Pero no lo ha negado. Es culpa suya, claro. Es la que ha fallado desde el principio. Y entonces sí que se le escapa una lágrima, que corre veloz a colarse por su escote.

-Me voy... Te llamaré. Un día de estos. No te importa, ¿no?

-Llámame, sí. Y nos reímos un rato, como siempre.

Él asiente y se va. Ella se queda un rato en la puerta, respirando hondo. Ni un mes. Si es que lo sabía, lo sabía... De repente, alguien le tiende un clínex.

-Lo he visto. No quería ser cotilla, pero como no subes... -sonríe y lo acepta- Así que solos los dos, ¿eh?

Se encoge de hombros. No quiere hablar. Él se apoya en la puerta con ella, y miran juntos las estrellas. No hace falta decir nada más.