jueves, 10 de junio de 2010

XXXVIII


Ding Dong.

Abre la puerta, y el descansillo apesta a culpabilidad.

- ¿Qué has hecho?

- ¡Lo siento!

-Joder, Ro... ¿Qué has hecho ahora?

-Es que te he estado viendo todo este tiempo... Y le vi... Y, no sé, no debería haberle dicho nada, ¿vale? Ya lo sé. Pero...

-No me lo puedo creer. Te superas a ti misma.

- ¿Te has enfadado mucho?

Silencio. ¿Verdad o mentira? ¿Lo que se merece, o lo que siente?

Y como siempre, gana la sinceridad.

-No. Da igual. Mejor que lo sepa, ya que le he perdonado...

-Como una imbécil -completa ella. La conoce. Sabe qué palabras se le han enganchado a los dientes para no resonar en el silencio. Y se las tira a la cara.

-Sí. Pero qué más da, ni que tuviese derecho a reclamar nada...

- ¿Sabes que la del quinto be se mudó hace mes y medio? -Silencio. ¿Qué tiene que ver?- No te habías enterado. Te ha dado igual... A lo mejor sí que tenías derecho a reclamarle algo.

Se encoje de hombros. Planta indiferencia al dolor, al abandono, al desconcierto, a la rabia, a la misma indiferencia. Ro sonríe, de lado.

- ¿Sabes lo que te hace falta ahora? -y comienza a cantar- Salir, beber, el rollo de siempre...

-Pero si es jueves.

- ¡Pues jueves universitario, mujer! -pesca las llaves del gancho de al lado de la puerta, la atrapa por los hombros y la saca de casa- ¿No te gustaban mayores? Vale, vale, vale, perdón, chiste malo y cruel... Pero vámonos por ahí.

Y asiente. Desiste. ¿Qué va a hacer, si ya está en el ascensor?.