lunes, 12 de octubre de 2009

IX


Sacas las llaves y abres el portal.

- No sé qué habrá de comer -explicas-, porque últimamente a mi madre se le pira mucho...

- Qué mas da lo que haya de comer -replica tu amiga-. Explícame otra vez lo de...

- ¡Ni le nombres! -la interrumpes.

- Vale, no quieres hablar de él y no me extraña, porque es un imbécil...

- Es un gilipollas.

Pulsas el botón de llamada del ascensor con un poco más de energía de la necesaria.

- Y un cabrón -asiente tu amiga-, pero ¿qué me dices de tu vecino?

- ¡Chs! Calla, so cantosa -la empujas dentro del ascensor, alarmada.

- Pero, ¿en qúe piso vive? ¿de qué color tiene los ojos? ¿cuándo se mudó? ¿vive con alguien?

- En el séptimo. No lo sé. Hace un mes, creo, y... No lo sé.

- Buah -suspira tu amiga, decepcionada.

Tintintin.

Séptimo piso.

- ¿Qué piso has dicho? -chilla ella, súbitamente emocionada.

- Calla -espetas tú. ¿Y si es él...?

Se abre la puerta. Tu amiga te coge del brazo. Ay, Dios mío...

- Buenos días, chatas -clin clin clin... Eso era tu ilusión rebotando por el suelo. Madre mía...

- Buenos días -sonríes. Sé educada.

- ¿Vais para abajo?

- No, lo siento -sonríes aún más. ¿Por qué al decir que no hay que sonreír más para ser educado?

- Bueno, guapas, pues ya esperaré a otro.

Sonriendo casi más que tú -aunque detrás del bigote no se note-, el hombre cierra la puerta. Con vosotras sólo queda un cierto tufo a puro y la tensión no resuelta del emocionante encuentro.

El ascensor arranca de nuevo, hacia tu piso.

- ¿Y ese era el famoso vecino?

Miras a tu amiga. Rompéis a reír.

- Ay, madre mía...