lunes, 5 de octubre de 2009

VIII


Esta vez no llega ni al ascensor. Con un suspiro, se sienta en el escalón del portal y hunde la cara entre las manos.

Entonces las lágrimas salen a borbotones, sin barreras, vaciándola por dentro, llevándose todas sus sonrisas. Los sollozos le parten el alma, destrozando lo poco que él ha dejado entero.

Así la encuentra él. Podrían haber pasado horas, o apenas unos segundos. Sólo sabe que cuando levanta la cabeza y le ve, no está preparada. No quiere contar lo que ha pasado, no quiere que nadie sepa que su mundo ha quedado reducido a añicos. Aún así, él lo sabe.

- ¿Pasas? -señala al interior, sosteniendo la puerta.

Ella niega con la cabeza. No quiere ver a nadie. Sólo quiere morirse poco a poco, fundirse con la nada para dejar atrás la pena.

- Pues entonces... -se quita la cazadora y se la echa por los hombros. Luego se sienta a su lado- ¿Te apetece hablar?

Vuelve a negar. Si pronuncia una sola palabra ahora, está segura de que no volverá a hablar nunca.

- ¿Qué tal un abrazo?

Quiere decirle que no también, pero su cuerpo se rebela y se refugia entre sus brazos. Ya no llora, sólo se deja acunar por su presencia.

- O sea que es un gilipollas de los grandes... -comenta él, fingiendo indiferencia.

Ella ríe, con una risa que es a medias sollozo, y asiente.

- Se te pasará, tranquila.

Y se quedan así un rato, en silencio. Ella agradece que no le haya dicho que no la merece. Él simplemente la abraza.

VII


Nada más entrar en el ascensor, se pone en marcha. Fuera la falda larga, y aparece la minifalda que lleva debajo. Guarda la prenda que se ha quitado a toda prisa en la mochila, y saca esa camiseta que su madre odia.

Tintintin.

Él entra. Ella decide ignorarle: no hay tiempo. Se quita la sudadera y se pone, encima de una camiseta de tirantes, la que acaba de sacar de la mochila. Se la ajusta hasta que un hombro queda al aire. Entonces, saca los tacones, que sustituyen las deportivas.

La está mirando. Sabe que lo hace, pero no quiere pararse a sentirse juzgada. Hoy, no.

Saca un pequeño estuche de la mochila y se vuelve hacia el espejo, para repasarse los ojos de negro intenso.

Tintintin.

Justo a tiempo. Sale del ascensor, resuelta. Deja la mochila en el cuarto de las bicis, ya la recogerá luego. Él abre la puerta y le cede el paso.

- Sigue siendo un gilipollas -necesita aclarar-. Pero me ha llamado y...

No quiere terminar la frase. No quiere decir en voz alta lo que espera de esa cita. Su parte más irracional grita que puede darle mala suerte.

- Ah -asiente él. Levanta una ceja - En ese caso...

- ¿Qué? -le invita a continuar, desafiante.

- Buena suerte.

Sonríe. Sabe que no iba a decir eso, sabe que no aprueba lo que ha hecho, sabe que piensa que es una imbécil. Pero no se lo ha dicho.

Con paso firme, se dirige al parque. A su parque. Al de los dos.