Esta vez no llega ni al ascensor. Con un suspiro, se sienta en el escalón del portal y hunde la cara entre las manos.
Entonces las lágrimas salen a borbotones, sin barreras, vaciándola por dentro, llevándose todas sus sonrisas. Los sollozos le parten el alma, destrozando lo poco que él ha dejado entero.
Así la encuentra él. Podrían haber pasado horas, o apenas unos segundos. Sólo sabe que cuando levanta la cabeza y le ve, no está preparada. No quiere contar lo que ha pasado, no quiere que nadie sepa que su mundo ha quedado reducido a añicos. Aún así, él lo sabe.
- ¿Pasas? -señala al interior, sosteniendo la puerta.
Ella niega con la cabeza. No quiere ver a nadie. Sólo quiere morirse poco a poco, fundirse con la nada para dejar atrás la pena.
- Pues entonces... -se quita la cazadora y se la echa por los hombros. Luego se sienta a su lado- ¿Te apetece hablar?
Vuelve a negar. Si pronuncia una sola palabra ahora, está segura de que no volverá a hablar nunca.
- ¿Qué tal un abrazo?
Quiere decirle que no también, pero su cuerpo se rebela y se refugia entre sus brazos. Ya no llora, sólo se deja acunar por su presencia.
- O sea que es un gilipollas de los grandes... -comenta él, fingiendo indiferencia.
Ella ríe, con una risa que es a medias sollozo, y asiente.
- Se te pasará, tranquila.
Y se quedan así un rato, en silencio. Ella agradece que no le haya dicho que no la merece. Él simplemente la abraza.