jueves, 17 de junio de 2010

XL


Entra en el portal con la última clase de inglés todavía fresca en los oídos. Es oficialmente libre de todas las obligaciones, grandes y pequeñas, del curso. Y ante ella se extienden dos meses de libertad. Para pasearse la ciudad. Para ahogarse de calor, o de lluvia. Para aprender a tocar la guitarra de Ro. O mejor la flauta...

Pero se le cae el mundo encima cuando ve quién sujeta la puerta del ascensor.

Y los siete pisos pesan como losas que caen, en silencio, sobre ambos.

Tintintin.

Él sale. Ella se pregunta si no piensa despedirse. Él suspira y, de espaldas, susurra:

-Vosotras, las familiares,
inevitables golosas;
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas....

Ella parpadea, confusa. Él baja la cabeza y, aunque no la ve, ella intuye la sombra de una sonrisa:

-A ti te gusta Machado, ¿verdad?

-Sí. ¿Por qué?

- ¿Sabes...? ¿Sabes cuando algo es fundamental en tu vida, pero no lo sabes? ¿Cuando estás tan acostumbrado a que esté ahí, que ni siquiera piensas que pueda no estar? -asiente- ¿Eso de no saber lo que tienes hasta que lo pierdes?... Machado lo sabía. Le dedicó una poesía a las moscas. Que no son nada para tanta gente, que son pequeñitas y no saben que están por todas partes. Que son importantes siempre, porque siempre están ahí, aunque los humanos, tan soberbios, no las vean.

-No sé qué quieres decir...

Sí lo sabe. Pero quiere que lo diga, y se deje de poesía.

-Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada...
Las cosas pequeñas que no saben que son importantes son las que más me gustan, ¿sabes?

Y cierra la puerta tras de sí, dejando que las palabras le corten la respiración y la llenen de dudas. Grandes y pequeñas. Pero todas importantes.

domingo, 13 de junio de 2010

XXXIX


Por fin, tras días de lluvias, ha salido el sol. Y tiene que salir a saludar al buen tiempo, aunque sea tímido y parezca un nuevo comienzo del verano. Porque cree firmemente en recuperar el tiempo perdido.

Tintintin.

Quinto piso. Hacía mucho que no paraba en el quinto.

Cuando ella monta y saluda con su voz suave, no puede evitar fijarse en lo que lleva en las manos. Un ramo de margaritas amarillas y una botella de cerveza sin abrir. La intuición comienza a zumbar en su nuca. ¿De qué le suena...?

Tintintin.

Cuarto piso.

Nada más entrar, Ro mira a Ana y abre mucho los ojos. Se miran. Ya lo han identificado.

-Calla. No digas nada.

Y ella se encoje de hombros y no habla. Miriam sonríe y le pregunta:

- ¿Vas a saludar al sol, Ana? Hace mucho que no salía...

-No, qué va. Aunque no venga, hablamos todos los días.

-Entonces, ¿dónde...?

Tintintin.

Ana sale. Miriam y Ro se quedan dentro del ascensor, sorprendidas. Alcanzan a escucharla mientras canta, camino a la calle.

-Sueña con su melena y viene el viento y se la lleva, y desde entonces su cabeza sólo quiere alzar el vuelo, y bebe rubia la cerveza pa' acordarse de su pelo...

-Qué fuerte -susurra Ro-. Es una canción andante.

Y en sus ojos se lee envidia por la locura. Porque la música que corre por las venas de ambas sí que se ve en la piel de Ana.

jueves, 10 de junio de 2010

XXXVIII


Ding Dong.

Abre la puerta, y el descansillo apesta a culpabilidad.

- ¿Qué has hecho?

- ¡Lo siento!

-Joder, Ro... ¿Qué has hecho ahora?

-Es que te he estado viendo todo este tiempo... Y le vi... Y, no sé, no debería haberle dicho nada, ¿vale? Ya lo sé. Pero...

-No me lo puedo creer. Te superas a ti misma.

- ¿Te has enfadado mucho?

Silencio. ¿Verdad o mentira? ¿Lo que se merece, o lo que siente?

Y como siempre, gana la sinceridad.

-No. Da igual. Mejor que lo sepa, ya que le he perdonado...

-Como una imbécil -completa ella. La conoce. Sabe qué palabras se le han enganchado a los dientes para no resonar en el silencio. Y se las tira a la cara.

-Sí. Pero qué más da, ni que tuviese derecho a reclamar nada...

- ¿Sabes que la del quinto be se mudó hace mes y medio? -Silencio. ¿Qué tiene que ver?- No te habías enterado. Te ha dado igual... A lo mejor sí que tenías derecho a reclamarle algo.

Se encoje de hombros. Planta indiferencia al dolor, al abandono, al desconcierto, a la rabia, a la misma indiferencia. Ro sonríe, de lado.

- ¿Sabes lo que te hace falta ahora? -y comienza a cantar- Salir, beber, el rollo de siempre...

-Pero si es jueves.

- ¡Pues jueves universitario, mujer! -pesca las llaves del gancho de al lado de la puerta, la atrapa por los hombros y la saca de casa- ¿No te gustaban mayores? Vale, vale, vale, perdón, chiste malo y cruel... Pero vámonos por ahí.

Y asiente. Desiste. ¿Qué va a hacer, si ya está en el ascensor?.

lunes, 7 de junio de 2010

XXXVII


Sale de casa con una pila de discos en la mano. Quiere enseñarle lo último que ha comprado a Miriam, a ver si se le quita esa cara de ajo que no consigue esconder desde que se fue el capullito de alelí.

Tintintin.

El ascensor no está tan vacío como ella pensaba. Viene del séptimo, cómo no. Parece que no hay otro piso en el maldito edificio.

-Hola -saluda él, sonriente, amable. Qué agradable es todo. Claro, él no sabe lo que dejó atrás hace un mes.

-Dani, ¿verdad? -asiente- Yo soy Rocío, encantada.

-Lo mismo digo... ¿Bajas?

-No, de hecho iba a ver a Miriam. Últimamente ha estado un poco desanimada, ¿sabes? -él parpadea, confuso. No la ha visto venir, como todo el mundo- Sí, es que se ha estado sintiendo un poco abandonada, no sé por qué... Voy a serte sincera. Ella y tú tenéis algo, algo raro, bastante bonito por lo que me ha contado. Y me ha contado bastante, qué quieres que te diga. No tiene derecho a reprocharte nada, o eso cree ella, pero a mí me parece que sí tiene derecho a, por lo menos, no hablarte en otro mes.

-No sé de qué me estás hablando...

-Mira, Dani, sé que no soy nadie para meterme en esta cosa extraña que hay entre vosotros dos. Pero he visto pocas maneras más eficaces de destrozar a alguien que lo que tú has hecho. Así que piénsatelo.

- ¿Pensar el qué?

-Ya sé que dicen que el amor no tiene edad, pero tú sí que la tienes. Puede que Miriam no se esté dando cuenta, pero tú y yo sabemos que estás jugando. Así que deja de marearla, decídete, y lánzate. O no, pero deja de hacer daño.

Y, sin dar lugar a réplica, cierra la puerta. No tiene derecho a ser paladín ni defensora de su amiga, pero lo ha hecho.

Y a lo hecho, pecho.

domingo, 6 de junio de 2010

XXXVI


Sale de casa. Escaleras. Ascensor. Escaleras. Mira la hora. Si todo sigue igual que antes, él debería salir ahora... Ascensor.

Tintintin.

Séptimo piso.

Un vuelco en el estómago, una sacudida del corazón, que intenta saltarse el momento en el que empieza a doler demasiado.

Y sus ojos verdes, su pelo negro, su camiseta de los Ramones. Como si no hubiese pasado el tiempo. Y una sonrisa tímida, que se asusta de hacer daño y de ser herida.

-Has vuelto.

-Sí.

-¿Para quedarte?

-Eso espero.

Silencio. Demasiadas cosas sin decir, que hacen que la distancia parezca insuperable.

- ¿Bajas?

-En realidad subía. Al noveno. Pero ya no hace falta.

Hace amago de cerrar la puerta. Duda. Vuelve a abrirla. Ella contiene el aliento y espera.

- ¿Dónde ibas?

-Al instituto. A ver las notas.

- ¿Te importa si...?

Ella sólo sonríe, y él se monta en el ascensor. Uno, dos, tres pisos de silencio. Ella suspira, porque sabe que, donde no hay palabras, hay miedo. Y se lanza.

-Ponme al día de lo que me he perdido.

jueves, 3 de junio de 2010

XXXV


Ding Dong.

-Ha vuelto.

- ¿Quién ha vuelto?

- ¿Quién va a ser? Tu chico.

- ¿Quién?

-Tu pive, tu maromo, tu churri, tu chaval, ese hombre que te mira y te desnuda... Tu principito, Miriam. El del séptimo.

-Dani.

-Ése. Y viene para quedarse, le he visto con la maleta. ¿Quieres que bajemos a saludar?

El suelo se mueve un poco bajo sus pies, y cree -o quiere creer- que siente las mismas ganas de verle, cosquilleando en la boca del estómago, en la punta de los dedos, en las comisuras de los labios. Pero ha pasado más de un mes sin príncipes ni villanos, sin hormigas en los dedos, sin oir guitarras por el patio, sin subir en ascensor. Pateándose las escaleras, siempre con una parada en el cuarto. Y luego directamente a casa, sin parar en el séptimo, a ver si alguien ha alquilado su piso. Porque nunca le ha ido el masoquismo.

-No, mejor no.

Se miran. Se entienden. Un mes de conversaciones y música da para mucho, ambas lo saben.

-Tengo un disco nuevo -se lo enseña. "Gorillaz". Como siempre, no lo ha ido nombrar en su vida.

-Pasa.

lunes, 26 de abril de 2010

XXXIV

Hoy ha salido antes del instituto, y cuando llega al portal el turno del portero todavía no ha acabado. Hay alguien hablando con él, y algo le hace detenerse a mirar quién es.

-No hace falta que enseñes el piso, ¿sabes? Sólo pon el cartel ahí fuera... Lo pondría en mi ventana, pero como es un séptimo...

Aunque no hubiese oído su voz, reconocería en cualquier parte ese pelo negro despeinado, la camisa de cuadros azules, los vaqueros desgastados...

- ¿Dani?

Se vuelve, la sorpresa saltando de sus ojos, disimulada detrás de una sonrisa.

- ¡Hola, Miriam!

- ¿Qué haces aquí?

-Pues ya le estaba diciendo a Pedro, que necesito que me cuelgue este cartel...

Se lo enseña. Como una bandera de malos presagios, ese simple pedazo de papel ondea demasiadas malas noticias para un portal tan pequeño.

- ¿Te vas? ¿Para siempre?

-No lo sé... Bueno, mi madre ya está un poco mejor, se apaña más o menos sola, pero aún así... Todavía no confía mucho en sí misma para vivir sola. Y tener la casa vacía es una tontería. Por lo menos que me paguen la hipoteca, ¿no?

-Claro que sí, hombre -interviene el portero, palmeando su hombro-. Trae pa'cá el cartel, que te lo pongo ahora mismo, a ver si hay suerte... Lo bueno es que este es un barrio mu bueno, mu solicitao, ya verás que enseguida...

El parloteo del hombre se pierde cuando se cierra la puerta de la calle. El silencio viaja entre ellos, a caballo de sus miradas fijas. Ella suspira. Él parpadea, como si despertase de un sueño.

-Bueno, me voy a tener que ir... Ya nos veremos.

Ella no contesta ni se mueve. Se vuelve cuando nota la brisa de la calle en la nuca, y le llama. Él la mira, sujetando la puerta, a medio salir.

-Oye... ¿Qué pasa, no ibas a despedirte?

Él baja la mirada, se rasca la nuca. Se encoge de hombros y suelta la puerta.

-Llego tarde.

-Ya...