Entra en el ascensor, y lamenta no saber rezar. Va a necesitar más dioses a su favor si quiere entrar en casa hoy.
-Suerte, chicas.
-Yo ya tengo, gracias.
-No seas borde, Ro. Gracias, Dani, yo la voy a necesitar...
Suben. Se miran. Qué cagada.
-Oye... Yo no estuve despierta toda la noche... Y cuando me desperté estabas ahí, en el sofá, pero...
- ¿Eres tonta?
-No. Tengo que preguntar.
Tintintin.
Salen del ascensor. La mira de reojo.
-Pues no, no pasó nada. ¿Qué pretendías, que me metiese en su cama desnuda?
- ¿¡Miriam!?
- ¡Papá!
- ¿Dónde dormiste anoche? ¿Por qué subes a estas horas?
-No es lo que parece, papá.
-Venga, guapa, americanadas luego. ¿Dónde has dormido?
-En casa de Ro.
- ¿Y por qué viene ahora contigo? ¿Dónde habéis dormido, Miriam?
Se miran. ¿Cómo salvan esto?
-Vengo a hacer de testigo, Tomás. Que sabía que no la ibas a creer si llegaba sola de empalmada.
-Ya... Entra en casa, jovencita. Tenemos que hablar.
- ¿Puede venir Rocío?
-No.
-Vale, da igual, me bajo a casa, luego hablamos.
La mira, desconcertada. ¿A qué casa va a bajar? ¿Dará su brazo a torcer por una vez en la vida y pedirá perdón a sus padres? Ella le guiña un ojo y levanta siete dedos. Claro. Qué morro tiene cuando quiere. Le da la espalda y, con un suspiro, se dirige al matadero.
Debería aprender a rezar.
-Suerte, chicas.
-Yo ya tengo, gracias.
-No seas borde, Ro. Gracias, Dani, yo la voy a necesitar...
Suben. Se miran. Qué cagada.
-Oye... Yo no estuve despierta toda la noche... Y cuando me desperté estabas ahí, en el sofá, pero...
- ¿Eres tonta?
-No. Tengo que preguntar.
Tintintin.
Salen del ascensor. La mira de reojo.
-Pues no, no pasó nada. ¿Qué pretendías, que me metiese en su cama desnuda?
- ¿¡Miriam!?
- ¡Papá!
- ¿Dónde dormiste anoche? ¿Por qué subes a estas horas?
-No es lo que parece, papá.
-Venga, guapa, americanadas luego. ¿Dónde has dormido?
-En casa de Ro.
- ¿Y por qué viene ahora contigo? ¿Dónde habéis dormido, Miriam?
Se miran. ¿Cómo salvan esto?
-Vengo a hacer de testigo, Tomás. Que sabía que no la ibas a creer si llegaba sola de empalmada.
-Ya... Entra en casa, jovencita. Tenemos que hablar.
- ¿Puede venir Rocío?
-No.
-Vale, da igual, me bajo a casa, luego hablamos.
La mira, desconcertada. ¿A qué casa va a bajar? ¿Dará su brazo a torcer por una vez en la vida y pedirá perdón a sus padres? Ella le guiña un ojo y levanta siete dedos. Claro. Qué morro tiene cuando quiere. Le da la espalda y, con un suspiro, se dirige al matadero.
Debería aprender a rezar.